Llorar en la Calle (I)
El entorno donde he hecho estas observaciones suele ser el centro de la mayoría de las ciudades en las que he estado, porque el desconocimiento geográfico y social de ellas me dejó atrapado en ese espacio –imagino que en muchas habrá lugares especiales para desahogar las penas, lugares para llorones que yo no conocía-, dónde también tuve la posibilidad de ver toda la mierda de las ciudades las veinticuatro horas del día.
Ahí ví gente llorar, y cuando digo gente me refiero a toda clase de personas: ancianos, jóvenes, ateos, presuntos terroristas, homicidas, niños, abuelos, huérfanos de diferentes edades, etc. También las razones por las que lloraban eran diferentes: porque habían perdido un dulce, porque el amor de alguien los había dejado (en la mayoría de los casos de manera física), porque sus vidas no seguían el camino deseado o justamente por la razón opuesta. Además, todos ellos son quienes generan y ayudan a propagar la enfermedad, la entregan a otros para que la porten, y los brotes tienden a asemejarse al resfrío común, ya que se extiende mucho y muy rápido, principalmente por el morbo de la gente.
A partir de estas observaciones, he detectado que quien sufre esta enfermedad, a pesar de lo que se puede creer, es quien mira al llorón. Quien mira al llorón siente una especial simpatía, una simpatía particular sobre todo si el llorón es un desconocido, lo que se conjuga además con la empatía, que lleva a desviar la mirada, apretar los párpados con fuerza y seguir camino, como si nada, a pesar que en su cabeza quedan dando vueltas las razones que llevan a una persona a llorar en la calle, lejos de la intimidad y sin razón trágica-accidental aparente. Esta misma serie de razones, más la empatía, generan un estado de melancolía que lleva al no-descubierto-paciente a reflexionar acerca de los errores cometidos cuando niño; la decisión esa tarde de llegar a casa por el camino más largo y no por el más fácil; de olvidar a propósito como andar en bicicleta; entre otras, pero que venían de ninguna parte –el no-descubierto-paciente siempre contesta que no lo recuerda, que no sabe, que fue una idea que se anidó del a nada en su cabeza-; y otros, que son siempre invariables y no tienen mayor importancia en el presente, pero que pueden ser tan intensos que pueden eventualmente llevar a la muerte por licuefacción: el paciente cae en un estado de melancolía profundo que lo lleva a llorar por las calles sin razón aparente –lo que contagia la enfermedad-, hasta que se licuefacciona en el ultimo lugar que se lo vio llorar, que suele ser, por lo general en el medio de la calle. Esta es la causa de la muerte-desaparición del sujeto, porque, hasta donde tenemos conocimiento hoy, sería imposible identificar el líquido que se encuentra en un lugar con alguna de las personas desaparecidas.
No me es posible entregar más detalles de los que he entregado con respecto a esta primera clasificación, así que en esta, como en las demás, aceptaré cometarios pero no preguntas.
Ahí ví gente llorar, y cuando digo gente me refiero a toda clase de personas: ancianos, jóvenes, ateos, presuntos terroristas, homicidas, niños, abuelos, huérfanos de diferentes edades, etc. También las razones por las que lloraban eran diferentes: porque habían perdido un dulce, porque el amor de alguien los había dejado (en la mayoría de los casos de manera física), porque sus vidas no seguían el camino deseado o justamente por la razón opuesta. Además, todos ellos son quienes generan y ayudan a propagar la enfermedad, la entregan a otros para que la porten, y los brotes tienden a asemejarse al resfrío común, ya que se extiende mucho y muy rápido, principalmente por el morbo de la gente.
A partir de estas observaciones, he detectado que quien sufre esta enfermedad, a pesar de lo que se puede creer, es quien mira al llorón. Quien mira al llorón siente una especial simpatía, una simpatía particular sobre todo si el llorón es un desconocido, lo que se conjuga además con la empatía, que lleva a desviar la mirada, apretar los párpados con fuerza y seguir camino, como si nada, a pesar que en su cabeza quedan dando vueltas las razones que llevan a una persona a llorar en la calle, lejos de la intimidad y sin razón trágica-accidental aparente. Esta misma serie de razones, más la empatía, generan un estado de melancolía que lleva al no-descubierto-paciente a reflexionar acerca de los errores cometidos cuando niño; la decisión esa tarde de llegar a casa por el camino más largo y no por el más fácil; de olvidar a propósito como andar en bicicleta; entre otras, pero que venían de ninguna parte –el no-descubierto-paciente siempre contesta que no lo recuerda, que no sabe, que fue una idea que se anidó del a nada en su cabeza-; y otros, que son siempre invariables y no tienen mayor importancia en el presente, pero que pueden ser tan intensos que pueden eventualmente llevar a la muerte por licuefacción: el paciente cae en un estado de melancolía profundo que lo lleva a llorar por las calles sin razón aparente –lo que contagia la enfermedad-, hasta que se licuefacciona en el ultimo lugar que se lo vio llorar, que suele ser, por lo general en el medio de la calle. Esta es la causa de la muerte-desaparición del sujeto, porque, hasta donde tenemos conocimiento hoy, sería imposible identificar el líquido que se encuentra en un lugar con alguna de las personas desaparecidas.
No me es posible entregar más detalles de los que he entregado con respecto a esta primera clasificación, así que en esta, como en las demás, aceptaré cometarios pero no preguntas.
5 comentarios:
Buscando algo nada que ver llegué a esto. Solo me limito a decir: Chucha que es incomodo ser el enfermo que mira al llorón!
Un poco... espeor haber mirado llorones y luego ser uno el llorón
A quién no le ha pasado...
A algunos que nunca te lo van a confesar...
siiiii a quien no le ha pasado.......
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