miércoles, 26 de enero de 2011

La alegría de escribir (¿?)

Este post va sin video, sin foto, sin dibujo, sin nada que pueda distraerme de lo que quiero decir, que es una mezcla de rabia y pena, y no lo voy a adornar con ningún tipo de palabras, más que las necesarias. Este de aquí soy cuando me siento a escribir.

Hace tiempo, hace mucho tiempo, desde que empecé a darme cuenta lo que era realmente escribir quise alejarme de la cursilería, de la palabra fácil que es tan fácil confundir con algo vacío, repetitivo, y traté de hacerlo bien, hacerlo como quienes admiraba, que son tantos. Sin embargo, nunca admiré solo lo qué decían o como lo decían, sino que admiraba algo que me es difícil de explicar, pero que se puede resumir en la transmisión de un sentimiento, de una realiad completa sin otro intermediario que un signo completo: el relato, cosa insustituible en cada una de sus palabras o dibujos por otra cosa, como si la precisión de cada una de las palabras fuera el uso de un florinete que solo sirve cuando penetra un punto preciso del cuerpo. Añoro ese todo, ese alcanzar a decir lo que hay que decir, lo que hay necesidad de decir.

Todos nosotros podemos llegar a ser escritores, buenos escritores en general. Escribir es una técnica y se puede aprender como se puede aprender guitarra o a dibujar, con más o menos talento, y se contarán historias entretenidas, que nos hagan volar en la fantasía, que nos hagan desternillarnos de la risa o cualquier otra cosa. Sin embargo, fuegos de artificio como esos se pueden comprar en alguna tienda, mentir a nuestros lectores y decirles que los hemos fabricado, que los hemos creado nosotros, y quizás eso haga la escritura de un relato, la escritura de una novela entretenida y haga decir estupideces como las que tantas veces he leído en las entrevistas de los que ganan premios en concursos literarios (impostando casi siempre frases profundas). Sí, puede que esto lo diga un poco porque nunca he ganado un concurso, y quizás las cosas que diga cuando lo haga -si es que ocurrre- suenen igual de impostadas o lisa y llanamete como estupideces, pero nunca podría decir que el tratar de dar una estocada con un florinete como ese es una alegría; tampoco es un parto, es creo, una necesidad de comunicar algo que va más allá, que no se puede decir sino que solo se puede intuir.

Entonces entiendo por primera vez que a veces alejarse de la cursilería, alejarse de la historia, centrarse entratar de decir lo que se quiere intuir es alejarse un poco también del mundo, alejarse de lo que uno quiere tocar aunque se le escape, aunque la realidad te lo escamotee. Es como si uno se tratara de alejar de lo que todos quieren, de lo que todos piden, es alejarse de todos, y nunca he querido eso, solo comunicar lo incomunicable y eso solo produce frustración.

También es cierto que mientras salen estas palabras del teclado uno se siente bien, como si estuviera alivianándose de un peso tremendo, como cuando San Cristóbal bajó a Jesús de sus hombros, como si el simple hecho de construir una frase sencilla fuese una tarea titánica -al parecer soy un minusválido de la palabra que hasta las frases más sencillas me cuestan-, aunque las podemos decir todos los días. Quizás ese alivio momentáneo puede provocar una alegría, pero lo demás, aunque escribamos humor, es el hecho de no querer escribir un significante vacío.

viernes, 7 de enero de 2011

Discusión de dos personas normales o el valor de las alcantarillas

 Hace unos días estaba tomándome un café con leche en una terraza, tratando de ingeniarme una idea para sacar plata de alguna parte, cuando ví que una bolsa volaba a causa de algún remolino que la llevó directo a la alcantarilla y a percatarme la fuente del mal olor que estaba sintiendo hace un rato, entonces, ya decidido a pararme y, por lo menos cambiarme de mesa, ví a un hombre que se detuvo un par de metros lejos mío, de frente a un hoyo en el suelo que comunicaba directamente con la mierda y otro tipo de desperdicios, y que empezaba lentamente a lanzar monedas. Ahí, en tiempo y lugar, me pare en seco, estupefacto porque un idiota al que le sobraba un par de céntimos, lo tiraba por un hueco negro del que salía olor a mierda, luego por cinco céntimos. Por ahí se fue una moneda de € o quizás ví mal y llegó a ser una de dos, y cuando iba a preguntar algo así como que si no creía que hubiese algo mejor que venerar a la mierda que flotaba en el fondo del pozo o si pensaba hacer un estudio al respecto, se acercó un transeúnte que luego de un par de segundos mirándolo le grito:

¡IDIOTA!

Y el hombre se dio vuelta como si hubiesen pronunciado su nombre, ni más ni menos, y volvió a tirar las monedas con la misma paciencia que lo había hecho hasta ahora; entonces el otro se acercó y empezó a pegarle en las manos.

¡ACASO NO PIENSA QUE HAY NIÑOS CON HAMBRE O VAGOS A LOS QUE LES PUEDE DAR ESAS MONEDAS!

El hombre se puso de pie, y lo pude ver gracias a la iluminación del un cartel de colores lila, así que adivino que su camisa era de un tono claro, algo cercano al blanco, que estaba escondida bajo una chaqueta de cuero café, unos jean y un par de zapatillas, algo clásico pero que combinaban muy bien con el pantalón, del que literalmente colgaban dos bolsillos llenos de monedas –no podía ser nada más-, en los que guardó las que le quedaban en la mano. El transeúnte lo empujó y el hombre empezó a forcejear, hasta que, en medio de los tirones que el uno le daba al otro, se cayeron algunas monedas a lo largo de la calle y el hombre las pateaba hacia la alcantarilla, mientras murmuraba cosas como “acaso no es mi plata”, “acaso no puedo hacer con ella lo que se me dé la gana”, y le grita al transeúnte que ese es su hobby. Hay gente que gasta su plata en putas, le dice, en cruces, en demerol, en porno, en greenpeace y en las asociaciones cuidadanas que permiten la acción de conjunto y a ellos los mira, les desea lo mejor y/o lo peor, que se mueran o que vivan por siempre, pero a ninguno les dice que esa no es forma de gastar su plata, porque usted también gasta su plata de esa misma manera o… y hasta ahí recuerdo a grandes rasgos lo que hablaba el hombre, porque solo me centraba en la forma que empezaba a tomar la cara del transeúnte: los ojos se caían lento, y cuando estaban a la altura de la punta de la nariz ya no había nariz, sino algo que también caía desde la pera, como saliva colgando, y luego siento como los €s y los céntimos dan contra mi espalda y nuca.

No recuerdo casi nada de lo que pasó después, que no debe haber sido mucho, solo que estaba bajo la mesa en la que tomaba café, en cuatro patas, recogiendo un par de €s que estaban a la vista para pagar el café y mientras ambos corrían el uno tras el otro, yo entré a pagar mi café al bar , y en lo que demoró el cajero en contar el cambio y entregármelo, hice un par de comentarios de la pelea que hubo afuera, recibí el cambio y no he vuelto ni creo que vuelva a ese bar.