viernes, 29 de julio de 2011

Réquiem para todos

Entiéndanme, no es que yo hubiese querido que se muriera y menos matarla, porque seguro que se iba a morir de todas formas. Mal que bien, a todos nos llega la hora.

Yo la odiaba, la odiaba profundamente. Quizás porque ella parecía una caricatura de sí misma: usaba un peinado alto y se paseaba con él por todas partes, un peinado que se nota entre toda la gente, y a pesar de estar desaliñado tenía un toque elegante. Se adornaba con poco además del peinado, con poca carne y con poco encanto, o más bien con un encanto agrio, a lo que sumaba algunos collares y varios tatuajes, demarcados por su rimel, delineador y/o pestañas postizas. Era un palo con voz de hierro, una rama frágil que por lo mismo suena duro. Así al fin y al cabo quedaba desnuda de todo. Ella por ella era nada. No nadie, sino nada.

Entiéndanme, yo de verdad quería su música, la amaba profundamente y me duele que ya no esté –de hecho acabo de borrar todos los discos que tenía de ella, porque para mi su música no existe, desapareció con ella-. El problema, creo, está en su figura de lisiada que lloraba en escena, la rama cantaba y se quebraba, y eso me generaba impotencia: tanto llorar para nada.

Entonces se tenía que morir, debía desaparecer como polvo, porque, como dice Johnny Quid, más valía muerta que viva  –no como monedas necesariamente-. Como algunos forajidos del Salvaje Oeste, Salvaje. Ahora todos corren tras sus discos, todos lloran a la Diva, pero no porque haya desaparecido su música, sino porque ya no tienen para apuntarla y decir “ahí voy yo”; porque ya no pueden tener tampoco un pedazo de ella; “pobrecita, tanto sufrió”. Luego todos la vuelven hijo y empiezan los rumores de su resurrección. Después todos compran sus discos con un sentimiento entre Judas y Poncio Pilatos, pero sin árbol del que colgarse, ni agua y jabón, se asumen a sí mismos como versiones asépticas de estos personajes.

Quienes realmente la odiamos, borramos su música –por más que hayamos amado esta última-; borramos sus imágenes de nuestros discos duros; vamos a dejar que muera tranquila y en el olvido, porque si no aliviamos su dolor en vida, si solo la usamos para aliviarnos nosotros, no tenemos derecho a sacrificarla por nuestros pecados.

Todo porque yo la odio de verdad y no me disfrazo de oveja llorando la carne muerta, rogando que se resucite a sí misma para seguir fagocitando su espíritu santo.

Esto es para terminar de matar a AMY y no para llorar habiendo ayudado a matarla. Lágrimas de cocodrilo.

La mejor forma de guardar su música y su recuerdo es olvidarla por completo.

sábado, 2 de julio de 2011

Salir a correr sin ser atleta profesional
o "El Síndrome de la Rueda de Hamster".
(Clasificación de enfermedades mentales no descubiertas)

A.- Sociales
Salir a correr sin ser atleta profesional (III) 




A Patricia D...

Una de las características humanas que más me ha llamado la atención en mis años de práctica, es la capacidad que tiene la mente de recuperarse de muchos trastornos y del cansancio mental a través del ejercicio físico. El asunto, sin embargo, no se hizo patente hasta que me descubrí mirando a un grupo de pacientes que salía a correr todas las mañanas con una disciplina militar.

Puede que sea necesario aclarar en este punto que ninguno de ellos tenía desordenes asociados a la compulsión o a la obsesión, y quizás esa sea también la razón por la cual me quedara como hipnotizado por ellos.

Así las cosas, no  era extraño que los pacientes se ejercitaran, lo que sí era extraño era que una de los pacientes que atendía  a diario en el mismo centro, no solo se negara al ejercicio, sino que además lo cuestionara como método para ayudar a la mejoría para cualquier afección mental. Al menos el ejercicio como nosotros lo entendemos.

Su nombre era Ximena y nunca en su vida, según su propio discurso, había sufrido de stress o de cansancio mental. Ella, por lo demás, no era una profesional que estuviese expuesta a las presiones de la vida laboral, sino una mujer que se había dedicado su vida a ser dueña de casa, teniendo a su servicio empleadas para lo que fuese necesario. Pero no nos adentremos más en su vida privada, que no nos interesa tanto como el asunto que disparó mis investigaciones: su hamster

También es importante mencionar que ella sí creía que en realidad se ejercitaba, que todas las mañanas trataba concientemente de estar mejor por medio del ejercicio, no el que hiciera ella, sino el que hacía su hamster: Tomás.

Ella levantaba todos los días a Tomás a la misma hora que se levantaba, ponía un poco de comida en su jaula, lo veía llenarse el hocico y volver a su madriguera –un calcetín-, y mientras Tomás comía en su hogar, fuera de la vista de todos, Ximena desayunaba, luego se estiraba, se vestía y golpeaba la jaula del roedor. Tomás salía, se subía a su rueda y se ponía a correr. Ximena lo miraba abstraída, obserando las patitas del animal y contando las vueltas que daba.

“Yo había sabido desde siempre por qué corren los hamster, me dijo un día, o al menos lo supe desde el momento que ví uno. La mayoría de la gente cree que los esos ratoncitos corren porque no tienen nada mejor que hacer que correr en su rueda sin llegar a ninguna parte, que el instinto los llama a la rueda, y corren hasta que sienten que han cumplido con lo que tienen que hacer, aunque no hayan cumplido nada. Tomás suele correr una hora seguida ciertos días y otras corre cinco minutos y descansa, y luego vuelve a correr. Así sigue hasta que completa la hora. Todos los días completa la misma hora.”

“Él, me imagino, corre porque tiene que correr, porque los hamster corren en las jaulas todos los días en todas partes, pero ninguno sabe por qué corre y yo sí, por la misma razón que corre todo el mundo…”. No dijo nada más ni quise preguntar por el momento.

Días después, en una de mis rondas, por la mañana, vi que miraba correr a los pacientes alrededor de la cancha, y súbitamente me miró y dijo: “todos corren porque quieren salir”. Y así es en efecto.

En este ciclo de conferencias que querido mostrar la existencia de enfermedades y síndromes no descubiertos que se hace necesario investigar. En este caso el síndrome estaría provocado por cualquier tipo de encierro -físico o metafísico- y su síntoma más común, el hecho de correr, ni siquiera en forma compulsiva, sino simplemente correr, como si se entrenara para una maratón o si se quisiera tener mejor estado físico, sin llegar a ninguna parte.

La gente que sufre este mal suele inscribirse en todas las competencias que les parezcan atractivas (que suelen ser casi todas) y que calce con sus modus vivendi para no parecer una persona anormal. Este último punto es el más importante, ya que ayuda a la justificación del “Síndrome del la Rueda de Hamster”, provocando que el paciente solo asocie el correr al bienestar físico y la competencia a un acto social.

Hasta aquí todo debiese estar en orden. Todas las personas suelen producir espontáneamente endorfinas luego del ejercicio y esa es justificación suficiente para correr, no obstante no es razón suficiente para inscribirse en competencias. De hecho, si lo pensamos racionalmente, una persona que se inscribe en cualquier competencia, lo hace pensando que tiene alguna oportunidad de ganar, si no, no sería necesario todo el ritual que siempre se hace en esos casos –inscripción pagada, asignación de una identificación numérica, reglas de eliminación, etc.-, ni tampoco sería necesaria la existencia otro premio que no sea el mismo hecho de competir y convertirse en un primus inter pares, si no se encuentran en un nivel profesional. Incluso, de necesitar estar entre un grupo que reafirme socialmente, como institución, el hecho de ser un ganador, puede crearse una fundación o grupo, dividido en niveles, que mida constantemente el progreso de los miembros, permitiendo al ganador de un nivel ascender al siguiente en función de sus logros. Pero podemos reducir más toda esa problemática dejando que el corredor solo se vaya midiendo con personas que tengan un nivel mayor.

A pesar de lo anterior y según los resultados de mis investigaciones, creo que los corredores no aceptarían aquellos métodos que no formaran parte de una competición tradicional, como las conocemos hoy. Y voy más allá del hecho de medirse en una competencia real, ya que si tienen la disciplina suficiente –que al parecer, la tienen-, bastaría con que todos los que tuviesen la misma corrieran juntos para que fuera una experiencia “real”, válida, y no un entrenamiento o “ensayo”.

De ahí que, sabiendo que muchos de ellos no se entrenarán nunca lo suficiente para ganar una carrera, y/o que se inscriben constantemente en carreras teniendo la seguridad que les será imposible ganar, las preguntas que aparecieron en mi investigación son ¿Para qué se inscriben? y ¿Por qué corren? La respuesta pareciese ser para escapar ¿De qué? Nadie sabe, por eso no se ha descubierto esta enfermedad.