viernes, 12 de febrero de 2010

(Des)variaciones sobre Nocilla (†)

Las instrucciones para leer el siguiente texto son:

1º Encienda el computador.

2º Entre con su navegador preferido a este sitio.

3º Como ya está acá apróntese a leer un plagio, pero como queremos que sea una experiencia inolvidable, olvídese de todo lo que sabe de literatura y música –si es que sabe algo-.

4º Ponga “I’ve got a feeling” de The Beatles en su reproductor preferido e inicie la canción en modo repetición y lea las dos primeras partes de este texto

5º Para la tercera y última parte ponga, de la misma manera “Let it be” de The Beatles

6º no olvide leer las notas al final del texto.



1 (†)

Venía de lejos, ahora no recuerdo exactamente de donde, pero debía pasar por Carson City y tomar la US50. Ahí vi el álamo por primera y única vez con cientos de pares de zapatos colgando. Con el viento en la cara pensé que alguien había olvidado quitarle las luces –encendidas-, guirnaldas y todo tipo de colgantes a un árbol de navidad en medio del desierto. Mientras me iba acercando recordé toda clase de árboles de las distintas navidades de mi vida, papeles de regalos, fotos, cenas, resacas, etc., hasta que vi sobre mi cabeza álamo, zapatos y dos hombres parados a los pies del árbol, me detuve en seco y el derrape de más de veinte metros llamó la atención de los hombres que estaban tratando de hacer funcionar una sierra eléctrica.
Me bajé, di algunos pasos mientras trataba de encender un cigarrillo con el viento en contra y me acerqué a preguntar qué pasaba: no me cuadraba que dos hombres estuvieran trabajando solos, en medio del desierto y sin vehículo. Tampoco me cuadraba eso de un árbol, los zapatos y una sierra.
- Hay que cortar la manzana de la discordia –dijo uno
- Nos mandaron a tirar el álamo para evitar que caiga sobre alguien – dijo el otro con un envidiable acento sureño-.
- ¿Cuánto tiempo lleva así? –pregunté mientras con la cabeza indicaba el árbol
- Más de treinta años -me dijo el primero de ellos mientras revisaba la sierra.
- ¿Puedo sacarle una foto?...

Volví al auto a buscar la cámara y me alejé lo más posible de mi objetivo para tomarlo entero.
La foto tiene al árbol en el centro con los dos hombres al pie del tronco con sus gorras, el sol les pega de frente y el que está más lejos del árbol, hacia el lado derecho de la foto, sostiene la sierra al hombro como si fuera un fusil. Al otro lado del encuadre está mi convertible, arrendado hace más de 800 km.

Subí la foto a Internet un par de semanas después, describiendo dónde se encontraba el álamo que ya por esa época no existía –media hora después que tomé esa foto lo descuartizaban en el piso y juntaban los zapatos en una pira en la que los iban a quemar junto a ramas, hojas y tronco-. Además, al pie de la foto preguntaba si alguien reconocía alguno de sus pares. Al aviso respondieron dos personas en el curso de un año: un hombre que hoy vive en Florida y que extraña a su mujer y una persona –o máquina- que ofrecía encontrar a cada uno de los dueños de esos zapatos si entraba a http://hilldid.com e introducía mi número de tarjeta de crédito para verificar mi identidad.
Entonces me di cuenta que la mayoría de esos zapatos no serían encontrados por sus dueños, no serían vistos nunca más en la carretera. Así que decidí que ese era el mejor monumento al recuerdo de cualquiera, un soldado desconocido disperso quizás dónde, quizás muerto (no podía ser un cementerio).
Amplié la foto en mi computador hasta el tamaño que me pareció el más cercano al tamaño del árbol, la dividí en partes que cupiesen en una hoja tamaño A4 y me dediqué a imprimir.

Finalmente se ha levantado el monumento: un gran pedazo de metal sobre el que van pegadas una serie de fotografías de ramas, hojas, cielo, desierto, hombres, mi auto arrendado y todos los zapatos que se veían desde ese ángulo.
A cierta hora del día deja de parecer un cartel a lo lejos y algunos creen ver caras en él. Son visiones que provoca el desierto, como la del mismo álamo, o son exageraciones de los que no tienen nada que hacer más que fijarse en el monumento más inútil que he visto.

108*

Linda y John acaban de casarse en Reno, ella lleva un vestido corto de pequeñas flores y él una camisa tejana sin lazo. 1982. En ese momento la estación espacial rusa Kirchoff se desvía de su órbita y al único astronauta que la tripula lo dan por muerto en vida. Como extra, linda y John se proponen ir a Las Vegas. Jamás lo hubieran imaginado. No son jugadores. Él adquiere un coche en la compra-venta que hay justo frente al juzgado mientras ella va al supermercado de al lado a por algo de comida y unas latas de 7-Up. Conduce Linda. Deglute el paisaje con la vista, exaltada ante tanta incertidumbre que gira en torno a 2 anillos. Su hombre duerme, e imagina que es un peluche. Nada más llegar a la cuidad, buscan hospedería y sin comer nada ya bajan al casino que hay en la primera planta. En la misma entrada, mucho antes de los juegos de mesa y los reservados de película, una fila inmensa de tragaperras de telefilme la esperan a ella, que empieza a cambiar monedas y a jugárselas mientras John, más cauto, le dice que lo deje, que ya habrá tiempo. Tras las típicas subidas y bajadas de suerte, esos looping que los matemáticos tienen de sobra estudiados, ella pierde la totalidad del dinero que lleva en el bolso, que incluye una parte importante de los ahorros de ambos. Se montan en el coche, él le abronca, y ya no se hablan. Van sin rumbo. Entran en el desierto a través de la US50. De pronto John, que ahora conduce, ve un árbol, y gira hasta que detiene el coche bajo sus ramas. Ella sale dando un portazo y se sienta con la espalda contra el tronco. Mira las ramas, el árbol está limpio, sin nidos ni aves y cargado de hojas; piensa ya con nostalgia en el arroz que les tiraron unos contratados a la salida del juzgado. Se desata los zapatos y los pone al lado. A John que está de pie, el desierto que se extiende más allá del cerco de la sombra, se le figura la representación exacta del futuro que les espera. Comienza a reprender de nuevo a Linda con tal energía que ella amenaza con volver a pie a Utah. Entonces él le dice que si quiere regresar tendrá que hacerlo descalza, y le coge los zapatos. Ya me dirás que vas a hacer con ellos, ¿quemarlos?, dice Linda. John los une atando los cordones , y tomando impulso como si volteara una honda los lanza a la copa del árbol, donde quedan prendidos. Linda abre la boca y así la deja. John arranca el coche y se va en dirección a Carson City. Por el retrovisor ve empequeñecerse la silueta de Linda y el par de zapatos, aún penduleando en lo más alto. No siente pena.


112*

Entonces John entró en el primer bar de carretera que encontró, cerca ya de Carson City. Fredda le fue sirviendo cuantas cervezas le pidió hasta que le dijo, ¿No cree que es muy temprano para beber de esta manera? Y él rompe a llorar y confiesa que acaba de dejar a su esposa tirada en mitad de la carretera debajo de un árbol y sin zapatos. Fredda, acostumbrada a tragedias borracheras, intenta convencerle para que vuelva, ¡Si ya empezáis así, qué va a ser de vosotros! Y John va de vuelta con una botella de agua y algo de comer. Cuando llega la encuentra medio dormida. La despierta, parece debilitada, le pide perdón y le da el agua y los alimentos. Ella promete no volver a jugar así a las tragaperras ni a nada, y él a no abandonarla jamás. Si tú estás ahora sin zapatos, le dice él, yo también debo estarlo. Se descalza y los tira al árbol. Esos 2 primeros pares ya nunca bajarían. Linda y John fundaron la felicidad de su relación en ritos simples pero duraderos, así que a los 2 años regresaron: habían tenido su primer hijo y querían tirarle sus primeras botas también a la copa del álamo. A medida que se acercan ven multitud de pares colgando. Se quedan sin habla.


* Extractos de Nocilla Dream de Agustín Fernández Mallo. Ed. Candaya. 2ª edición. 2007

(†) Texto mio.

Ahora tiene en sus manos la prueba fehaciente de la estupidez humana.