viernes, 7 de diciembre de 2012

El idiota de la poética de la realficción

Hace un par de días vi la foto de un hombre que estaba entre un grupo de gente, y a pesar que no trataba de esconderse, era difícil verlo: la gente lo tapaba sin moverse, quieta ahí lo absorvía. Entonces había que mirar la foto un par de segundos más para ver al hombre que tenía una máscara que seguramente pertenecía a otra persona (sic). La máscara era el recorte de una foto de una persona que llevaba muerta casi una década, de eso estoy seguro, tanto porque puedo adivinar fácilmente la fecha de la foto tomada, como porque además sé que la fotografía original que dio paso a esta segunda foto fue tomada poco tiempo antes de la muerte de esa persona .

Así en esa foto había al menos dos personas y dos fotos: una persona con una máscara que representaba otra, fundidas entre unas pocas personas en la Alameda.

Al parecer, los otros que aparecen retratados y que no reconozco (¡como si reconociera a alguien!) solo pasaban por ahí o esperaban cualquier cosa menos una foto. Ese día cada uno de los que aparecen ahí tuvo que tomar cualquier micro o el metro, terminar de leer el diario, comer en el mismo lugar, terminar de escuchar un cassette en el auto mientras conduce a quién sabe dónde.

A lo mejor todos en esa foto están muertos o son millonarios: sus vidas en ese momento nosignificaban más que los detalles que los rodeaban.

Así lo importante del asunto es que a nadie le importaba la puta foto.

Si ellos, quienes aparecen ahí, ven esa foto, si vuelven a mirar al hombre con la máscara, seguramente no lo recordarán: no quedó registrado en lo que sea que se registran las cosas que se pueden recuperar de manera conciente.

Evidentemente, quienes mejor recuerdan el momento en que se tomó esa foto son el fotógrafo y el modelo. Ambos saben qué hacía ahí el otro y ellos mismos ese día, por qué tomaron esa foto, lo que pasó minutos antes en ese mismo lugar y minutos después; pero será borrado de las memorias a menos que alguien les haya prestado atención a ellos (fotógrafo y fotografiado), a los detalles y discimine lo que ocurre ahí para considerarlo importante y borre o elimine lo demás, como si por arte de magia las cosas y personas que pueden ser eliminadas dejaran de existir, pero dejan de existir en el recuerdo: aunque no esté ahí suponemos que algo existió.

Esa foto, ese fotógrafo, esos hombres (el de la máscara y el modelo que la usaba), tienen alguna conciencia de todo lo que recortaron a su al rededor y de las personas que pudieron estar en esa foto, las que dejaron pasar, las que esperaron.

La foto muestra a Miguel Enriquez parado en medio de la Alameda o más bien dicho, trata de imitar a Miguel Enriquez. De hecho, una vez ubicado el hombre con la máscara sigue pareciendo que es el dueño de la imagen quien está de pie, un poco lívido pero no como de aparición, sino más bien como olvidado de sí o despertando después de mucho dormir.

Y me siento engañado por la imagen, traicionado o algo así. Siento un poco de rabia y pena al mismo tiempo, pero no con Miguel o la foto, o lo que ambos representan, sino porque caí en el juego sin disfrutar el descubrimiento de las orejas de conejo que se veían debajo de la mesa donde estaba puesto el sombrero del mago, porque el centro de mi atención estaba en otro lugar, estaba en quienes rodeaban al modelo. No se ve el conejo, no se ve el truco, lo disfruto, pero la realidad esconde las cosas que no quiere mostrar en un hoyo negro, en las cajas que están en el closet de una casa, en la memoria de alguien o a plena vista: la cosa no deja de existir pero ya no está ahí.

La cosa es que el truco está listo y caigo en él una y otra vez: me escondieron el conejo y me mostraron un truco de prestidigitación, luego sacaron el conejo del sombrero. 

El caso es que Miguel está muerto y enterrado y ha sido revivido, como la aparición, como un fantasma que está quieto entre los quietos, ni muerto ni vivo, en un limbo de realidad recortada para ser más real que el simulacro de un simulacro de muerto entre los vivos, porque aunque este sea un trozo de la vida que vivimos, de la historia de Chile, de la vida de un hombre, de la realidad de la realidad, es más real que la suma de la realidad ante nuestros ojos, porque saca los excesos de ella. El truco de prestidigitación solo se utiliza dentro de la foto y no ya cuando tomamos el té por la mañana, cuando nos sonamos la nariz o parpadeamos. En esa foto el fin de la multitud era esconder y difuminar el simulacro de un hombre, el fin de la realidad es la realidad misma que cumple la misma función que esa multitud en la foto: distraernos de la realidad.

(Manuscrito de Emilio Montecinos. Texto encontrado en el cajón superior del escritorio, cubierto por una portada que llevaba el mismo título que el texto y coronando una resma de papel en blanco)


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