Ayer (6/10) asistí a una entrevista –"conversación"- hecha a Paul Auster en el Ayuntamiento de Barcelona (Saló de Cent), la que se veía prometedora: estaba en Barcelona, la entrada era gratuita, la sala estaba llena -una larga fila de admiradores esperó un buen rato- y el periodista que lo entrevistó me era un perfecto desconocido –suerte la mía-.
El entrevistador empezó por presentar al escritor, habló de lo que vendía, que era un escritor reconocido y que esperaba que se llevara un buen recuerdo de Barcelona esta vez, ya que la última que había venido y hablado en público no fue grata: tuvo una fuerte indigestión.
Primero hizo mención al hecho solamente, a continuación profundizó: luego de su presentación en público, aquella vez, lo invitaron a comer a un lugar de renombre junto a su mujer, la cena estuvo buenísima, pero durante la noche la pareja sufrió una indigestión gigantesca. El periodista lo atribuyó a causas desconocidas. Nada más le faltó decir cuáles eran las características de los síntomas para poner la guinda a la torta. Finalmente, el entrevistador espera que el renombrado escritor no se vaya esta vez con tan ingrato recuerdo.
Auster ya se notaba incómodo con la presentación, pero afrontó con decisión las preguntas, a pesar de su evidente timidez. El entrevistador arremete con una pregunta acerca de qué tan auto biográfica es su obra, y Auster deja en claro que si bien toma elementos de la realidad, de su vida, todo lo que aparece en una obra es ficción, por lo que no necesariamente es real. La realidad es una inspiración, nada más.
En la segunda pregunta el periodista hace referencia a la influencia de Brooklyn en sus novelas. Nuevamente Auster contesta que no es mayor que las ficciones que inspira, y que no seguirá contestando esas preguntas porque ya no vienen al caso.
El entrevistador arremete una y otra e incansables veces con la misma pregunta reformulada, y evidentemente el escritor se cansa, se molesta, y empieza a jugar con las respuestas, a ver si de una vez por todas quien pregunta entiende que no quiere responder nuevamente. Pero nada, la tozudez catalana pudo más.
Entre las respuestas del escritor encontramos referencias a la política estadounidense, la historia de algún autor de un cuento que le agradó, algo de su juventud en Irlanda, mucho por lo cual preguntar, pero el entrevistador pregunta nuevamente por Nueva York, esta vez por la relación del escritor con Woody Allen, qué opina del parecido que tienen la obra del director de cine con la obra del escritor de cuerpo presente, ya que los dos centran su obra en la misma ciudad –todavía me pregunto por qué no incluyó a Scorsesse y a muchos otros-, y si había visto Vicky Cristina Barcelona. El escritor contesta que no conoce a Woody en persona, que solo ha recibido cartas de invitación de él, nada más; que no ha tenido tiempo de ver ni la película que le mencionan ni muchas otras, y que definitivamente no ve donde está la relación entre él y la obra del director mencionado. Desazón en la cara del entrevistador.
Pasemos a las preguntas, dice.
Cuatro preguntas, mejores que las del entrevistador, aunque dignas de un estudiante de primer año de una carrera humanista.
Nada más.
Termina el encuentro, el entrevistador da las gracias respectivas y una manada de gente corre hacia el escritor para que le autografíe el libro, un libro o lo que sea –si no vi mal, alguna por ahí le colocó una teta en frente, aunque puedo estar delirando, estaba con fiebre-.
Yo pensé que estaba en un país más civilizado, yo pensé que estaba en Europa, se me olvida que en todas partes se cuecen habas, que del tal palo tal astilla, y que a río revuelto mejor esconderse porque me dio vergüenza ajena.
Seguramente, si Paul Auster vuelve a Barcelona, es por presión de su editor, y recordará las constantes indigestiones que ha sufrido durante toda su vida.
2 comentarios:
Lo más curioso es por qué el dizque entrevistador insistía una y otra vez en preguntarle sobre el monotema de realidad vs ficción, cuando Auster aclaró desde la primera pregunta que no aplicaba. Había miles de otros temas por tocar. Y no me refiero a cosas muy elaboradas, sino incluso a otros tópicos que al menos tuvieran la mínima posibilidad de conducir a alguna parte, por más lugar común que fuera. Hasta del título del encuentro -el valor de la palabra- podía agarrarse. Pero el tipo insistía en su cuestionario de "versiones de un mismo tema" y, para colmo, con aires de intelectual gracioso. Su papel fue patético. Yo también compadecí a Auster.
Bueno, al menos ya sabes de dónde vino la porquería. No todos tienen el gusto de conocer esa realidad que parece tan escondida :O
Jajajaja, acuérdate de lo de los ingleses de latinoamérica (mis polainas >.<)
Reviví cada una de las palabras cuando me lo contaste =) y sí, ya sé que te lo dije pero te lo digo de nuevo porque tengo mucho tiempo libre para hablar y pensar estupideces, igual que el pelotudo del entrevistador, pero sin las pelotas.
Jé :)
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