domingo, 7 de noviembre de 2010

Dios está en cada una de las entrañas de las vacas que van al matadero... esperando por salir. (Matadero Cinco, de Kurt Vonnegut)

“¿Y qué dicen los pájaros?
Todo lo que se puede decir
sobre una matanza; algo así como
«¿Pío-pío-pi?»”

Una vez caminé por el cementerio de la ciudad en la que crecí. Esta se encontraba en medio del desierto, así que nunca estuvo muy poblada, excepto por los últimos seis años en los que no he ido.

Y es por eso, tal vez, que solo había tres cementerios no muy grandes, cementerios a la antigua, y un parque para el reposo de las almas (lo que se entiende actualmente como cementerio).

Una de las cosas curiosas de estos cuatro cementerios, es que, por más que busqué dentro de la ciudad nunca encontré el cementerio número 2, y lo busqué mientras caminaba por entre los demás cementerios. Así estuve hasta que alguien me dijo que ese lugar de reposo, así dijo, había sido destruido hace más de veinte años y sobre el habían edificado casas.

La otra curiosidad tiene que ver con la poca “gente” que poblaba esos lugares, porque siempre encontraba nichos vacíos, a pesar que muchas de las tumbas que habían databan del siglo XIX y que habían pagado su lugar a perpetuidad, por lo que no podían ser removidos… perdón, sus restos no podían ser removidos nunca más por el resto de la eternidad. Los demás, lo otros restos, iban a un crematorio que había al fondo del lugar donde eran incinerados todos los “desechos” de las tumbas, así se hace más lugar para los muertos más frescos que llegaban al lugar, y que tenían deudos que podían mantener sus tumbas. Es decir, la sobrepoblación de muertos de una cuidad no la lograba ver por su poca población; porque uno de los cementerios había sido destruido; el otro reciclaba los espacios; y el primero de los públicos, el número 1, donde se enterraban los primeros muertos que no tenían en su cuerpo a Dios –a los demás se los enterraba en la iglesia y sus alrededores-, era un monumento nacional que no podía ser tocado.

Y es aquí donde entra Vonnegut en oposición a Lanzmann, Levi y Frankl, entre otros, y posicionándose un poco en la misma línea de Imre Kertz. Esto porque Billy Pilgrim, protagonista de Matadero Cinco, de este autor, vive la Segunda Guerra, no como un sobreviviente de un campo de concentración ni como un soldado, sino como el ayudante de un sacerdote que nunca encontró, sin armas y vestido de civil. Así presenció la carnicería de Dresde.

Y, a pesar de lo atroz que fue la matanza de Dresde, tan atroz como cualquier matanza –como la Shoah, como los GULAG, o como los experimentos de los chinos sobre su propia población-, el problema queda para los vivos, nunca será un problema para los muertos. Ellos ya están en otra dimensión de cosas, sin necesariamente un cuerpo material, si es que se puede decir así, con el que sufrir. A ellos ya no le preocupa el dolor, por lo menos como nosotros lo conocemos, y si hemos sido buenos en nuestra vida y creemos en algo superior, puede que en ese estado hasta estemos mejor de lo que estábamos en vida.

El problema de los muertos es para los vivos, todos esos que vieron la matanza y el sufrimiento, que tienen algo de conciencia y que, a su vez necesitan descargarla de alguna manera.

Yo no he visto muertos. Yo no he visto la carne humana destrozada, chamuscada o a colgajos desde un hueso o parte de él. Yo no puedo sentir lo que Vonnegut o Frankl, me es imposible, aunque quiera empatizar, son experiencias humanas que no están a mi alcance, y sinceramente espero que nunca lo estén.

Theodor Adorno dijo que después de Auschwitz es una barbarie escribir poesía, entonces somos bárbaros. Porque no se puede negar que nos hemos mantenido adelante a pesar de eso.

Y por eso es que nuestra memoria es tan frágil, porque es parte de lo que tenemos que hacer para seguir viviendo.

Los Trafalmadorianos, raza extraterrestre que aparece en este libro, le dice a Billy que conocen todo el tiempo y lo ven todo: desde el inicio del universo hasta la desaparición del mismo, y aunque saben cómo se destruirá y tienen forma de evitarlo, no lo harán, porque el tiempo es un eterno presente en el que todos están muriendo y sufriendo, pero en el que, al mismo tiempo, todos están vivos y felices. Los muertos están muertos para nosotros porque no podemos ver que siguen vivos y felices en el instante que siguen así, un instante de presente eterno, en otro tiempo. Y la idea de que eternamente siguen sufriendo es la idea de que ellos siguen así, sufriendo muertos.

Entonces, más que culpa por estar vivos, los hombres debiesen estar agradecidos que los demás los hayan dejado estar vivos o tienen como alternativa creer que podrían hacer algo por ese eterno presente de sufrimiento o culparse por no estar muertos y cargar con todos los muertos, y sufrir eternamente un presente que quedó en el recuerdo.

La última alternativa es el suicidio.




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