sábado, 28 de agosto de 2010

Por qué todos odiamos a Banksy?
(Segunda parte: The land of the bro-ken dreams)

 “Come hither! bury thyself in a life which, to your now equally
abhorred and abhorring, landed world, is more oblivious than death”
Herman Melville.
Moby Dick or the White Whale. CX
I


Más allá de la risa, de la ironía y del sarcasmo está otro Banksy, uno más inocente que al parecer no cree en el mundo, pero pone toda su fe en él. Y me refiero a FE, algo en lo que racionalmente no podemos creer, pero que se aloja en alguna parte de nosotros –el corazón si se quiere-. Y es a la vez, esta misma fe la que produce la desazón de sus niños y hombres retratados, porque muchos de esos seres han perdido la esperanza, la inocencia o, por el contrario, la mantienen.

Lo que predomina en la obra de Banksy son los niños; los hombres y mujeres solitarios y tristes, o a punto de ser despojados de algo; lo primitivo, ya sea en forma de hombres primitivos o de naturaleza cruda; los objetos que desnudan la realidad en la que vivimos; la autoridad –en forma de policías o soldados-; y, finalmente, las intervenciones a obras clásicas. Sin embargo, lo que más me interesa es lo que no está relacionado con estos dos últimos puntos, es decir, todo lo que tiene que ver principalmente con la inocencia y la pérdida o recuperación de fe.











Los niños nos miran de frente. (no estamos perdidos)


Casi todos los niños que pinta Banksy están enfrentándose a algo, están cometiendo acciones, están de una u otra manera reb(v)elándose, estableciendo un caos, poniéndose a todo lo que somos a todo lo que son. No obstante, por momentos, pareciese que estos mismos niños se están haciendo cargo del anhelo de cada uno de nosotros, una suerte de retorno a esos juegos, casi sin maldad, pero que pueden caer en ella en cualquier momento, una suerte de paraíso perdido, pero sin lo infernal de William Golding, sino solo una especie de caos inocente que nos llamó en algún momento.

De todas maneras, es cierto que muchas de estas visiones de niños son desesperanzadoras, ya que la mayoría de ellos se encuentran en un mundo de adultos, liderado, vivido y pervertido por ellos, lo que provoca en nosotros la ternura de la inocencia perdida dentro de esta perversión: niños vestidos de adultos, jugando con cuestiones que no les está permitido, acercándose al peligro de lo que todos nosotros somos: viejos faltos de algo más puro, de una inocencia perdida en algún punto del camino a la maduración.


Y a pesar de todo lo anterior, ellos justamente son la esperanza, y no porque representen al “niño que todos llevamos dentro” o porque sean “el futuro del mundo”, porque no lo serán: el futuro que le espera al mundo está dominado en un eterno presente por los adultos, que pueden ser aún inocentes, pero ya corrompidos por un caos disfrazado de orden, que no sabemos si pertenece a algo externo o interno –y definitivamente no somos necesariamente un buen salvaje-. Y es este mismo caos el que combate Banksy, porque prefiere que las hipocresías se diluyan en un caos; caos, sin disfraces de ningún tipo. A fin de cuentas, ellos son la esperanza porque ellos permanecerán niños por los siglos de los siglos, o por el tiempo que permanezcan pintadas esas paredes, y porque ellos, cada vez que pasamos de frente a esos graffitis, nos recuerdan que todavía podemos ser inocentes, aunque seamos adultos jugando con juguetes de adultos, con lo que ellos juegan sin perder esa inocencia porque una figura nunca podrá perder ni evolucionar nada de lo dado.

Así mismo funciona la naturaleza, lo primitivo, pero más que una vuelta a ello o a una inocencia perdida, nos acerca a un tipo de ingenuidad, como los animalitos que se acercan por curiosidad a una trampa y terminan muertos, pero nos reímos de esa ingeuidad. 
Los hombres frente al abismo 

Ahí están parados, siendo sometidos por sí mismos, condenados por un pasado y un presente que no vemos y definitivamente sin ningún futuro. Ahí están, sodomizados por lo que no fueron capaces de luchar o por no tratar lo suficiente, o simplemente están a la espera de caer en el olvido. Sentados, mirando para todas partes. Solos, luego de pelear guerras que sirvieron a otros. Y Ahí se encuentran con los niños, jugando con las mismas armas que jugaron los niños, pero con una inocencia, no perdida, con una ingenuidad, no olvidada, sino escondida, como todo lo que no queremos ver y que es aquello que Banksy nos quiere mostrar.

 




http://www.banksy.co.uk/
(Continuará...)

2 comentarios:

SUSANA FUNES dijo...

La verdad es que estoy intrigada: dos entregas y todavía no dices por qué odias a Banksy. Tengo mis teorías, pero quiero comprobarlas.
Por lo pronto me quedé con la idea de los niños, la inocencia perdida y lo primitivo. Y como en otro post colocaste a Felipito, me quedé pensando en la diferencia de los niños de B. y los de Quino.
Y no me refiero tanto a Mafalda, que hablaba como grande y era más bien la voz del desconcierto del propio Quino, sino, por ejemplo, del mismo Felipito.
Lo recordé metiendo ese gol maravilloso y olvidándose de qué eran las monocotiledoneas.
Esa inocencia y frescura no se parece en nada a lo presentado por B.
Siento que el Quino de Mafalda es un idealista (un hippie crecido, pero todavía con eso de fondo).
Alguien que puede denunciar y quejarse, pero que tiene fe, que siente que si dice algo puede cambiar las cosas.
En B., en cambio, no siento tanto esa fe de la que hablas. (Quizá el Quino de Mundo Quino se parezca más, por el escepticismo)
Esa aparente inocencia, esa búsqueda de lo primitivo o lo natural de B. al dibujar una flor en una grieta, o simular que detrás de una valla hay una playa, no tiene la carga de fe y de esperanza.
La siento más como una nostalgia, quizá, pero defraudada y escéptica… muy postmoderna, por demás.
Sus niños juegan en la calle, son niños en y de la calle y pueden jugar con lo que sea, porque nacieron sin tener lo que se supone son juguetes.
En ese sentido la denuncia de B. y su aparente búsqueda de lo primitivo, es más simbólica… que sí, que todo es simbólico, pero aquí me refiero a que es más ‘simbólica’ que ‘práctica’, esperanzada y esperanzadora.
Quiero decir, su propuesta, más que “buscar” la flor en la grieta y mostrártela –para hacer que uno busque su propia flor- dibuja una falsa.
Sustituye la naturaleza perdida con un dibujo, como sabiendo que nunca se podrá tener la flor primitiva y tampoco le importa. No promueve que se recupere la real y primitiva, porque la suya es más cool.
Entonces, aunque supuestamente extrañamos la naturaleza –o un ser primitivo-, no hacemos nada por recuperarla, porque la flor falsa (la dibujada por B) nos resulta más cool, más cómoda y más multiusos.
Nos podemos reír al verla salir de la grieta. ¡Qué ocurrente! Nos podemos sacar una foto para poner en Facebook y sentirnos, no sólo amantes de la naturaleza, sino ingeniosos. Y hasta podemos imprimir una camiseta. Primitivismo desde el espacio ultramoderno, cómodo, y también… lastimosamente, un tanto cínico.
A la expectativa de la tercera entrega, salud!

SU

El Público dijo...

Gracias por el comentario. Se toma y se apunta.
De todas maneras, apreciaría un debate de ideas.
Je!