martes, 27 de diciembre de 2011

Vuelta (divagación)

Hace tiempo que no actualizaba el blog. Para ser sincero había pensado en cerrarlo, pero le tengo demasiado cariño y por otro lado mi ego me impide dejar algo en lo que he invertido tanto esfuerzo, cosa que casi convierte en obligación el mantener abierto este blog.
Entonces pensé en deshechar todas las ideas que había mantenido hasta ahora y nuevamente, como lo he hecho tantas otras veces, volver a decir a quien me lea que trataré de volver a hacer lo que he hecho siempre: escribir aunque me pese, porque lo necesito y publicar porque me obliga a este esfuerzo de tener que mejorar en lo que hago.
Es cierto que a veces mucho de lo que hacemos de forma gratuita no es necesario, es como para llenar las cosas, y con eso me refiero a llenarlas con algo que proviene de lo que hacemos todos los días: lavantarnos, tomar desayuno, dedicarnos a lo que tenemos que hacer, almorzar, etc, etc. Pero eso también se convierte en una cuestión que está por verse, es decir, de tanto hacerlo se convierte en algo automático, que no llena y que, finalmente, terminamos por vaciar con una voluntad inconciente, como si nosotros mismos nos encargásemos de obligar a las cosas a transformarse en algo que ya no tiene sentido.
El punto es que al principio de cualquier acción, siempre pensamos que había un objetivo, una razón por la cual realizarla más allá de la mera cuestión del hacer, aunque fuese el simple hecho de sobrevivir (que no suele ser tan sencillo las más de las veces). Así las cosas empezaron y luego se perdieron en algún lugar. No hablo de que se perdieron en el camino, porque el contenido no se perdió ahí, sino en un lugar del que nunca nos dimos cuenta, un lugar que en realidad es tiempo. Es decir, el proceso de vaciamiento es tan lento como la rana cuando está en el agua fría y luego, sin darse cuenta ya es sopa, que es la misma razón por la cual una tetera nunca hierve mientras la miramos: las cosas se pierden en el laberinto del tiempo.
No estoy hablando del olvido, por supuesto, porque me imagino que todos quienes emprendieron una acción lo hicieron porque querían lograr algo, ya sea concreto, abstracto o espiritual, y que continuaron teniendo eso claro, pero como Bugs, dieron vuelta en la curva equivocada y siguieron sin darse cuenta, simplemente siguieron cuando habían pasado de largo o que quizás nunca llegaron porque el tiempo de esa meta había pasado. O sea, nunca perdieron de vista el objetivo, la meta, sino que eso nos dejó tirados en algún momento.
He estado releyendo una y otra vez lo que escribí, y me parece que las acciones que uno emprende no suelen ser gratuitas, aunque más de alguna se debe escapar por ahí. Sin embargo, la mayoría de ellas suele sufrir de este vaciamiento progresivo.
Yo, por lo menos, no estoy seguro de la razón por la que escribo ni si tiene un objetivo. El caso es que no lo puedo evitar, me supera y a la vez me llena, aunque tampoco tengo muy claro de qué. Y se vacía y se rellena a sí misma con el solo hecho de producirse. Se queda varado en algún lugar y vuelve sin que nadie la haya llamado a rellenar lo mismo que se había vaciado...
No me gusta poner cuestiones tan personales en mi blog, o al menos, solía maquillarlas.
Y nuevamente no puse una imagen en esta entrada.

viernes, 29 de julio de 2011

Réquiem para todos

Entiéndanme, no es que yo hubiese querido que se muriera y menos matarla, porque seguro que se iba a morir de todas formas. Mal que bien, a todos nos llega la hora.

Yo la odiaba, la odiaba profundamente. Quizás porque ella parecía una caricatura de sí misma: usaba un peinado alto y se paseaba con él por todas partes, un peinado que se nota entre toda la gente, y a pesar de estar desaliñado tenía un toque elegante. Se adornaba con poco además del peinado, con poca carne y con poco encanto, o más bien con un encanto agrio, a lo que sumaba algunos collares y varios tatuajes, demarcados por su rimel, delineador y/o pestañas postizas. Era un palo con voz de hierro, una rama frágil que por lo mismo suena duro. Así al fin y al cabo quedaba desnuda de todo. Ella por ella era nada. No nadie, sino nada.

Entiéndanme, yo de verdad quería su música, la amaba profundamente y me duele que ya no esté –de hecho acabo de borrar todos los discos que tenía de ella, porque para mi su música no existe, desapareció con ella-. El problema, creo, está en su figura de lisiada que lloraba en escena, la rama cantaba y se quebraba, y eso me generaba impotencia: tanto llorar para nada.

Entonces se tenía que morir, debía desaparecer como polvo, porque, como dice Johnny Quid, más valía muerta que viva  –no como monedas necesariamente-. Como algunos forajidos del Salvaje Oeste, Salvaje. Ahora todos corren tras sus discos, todos lloran a la Diva, pero no porque haya desaparecido su música, sino porque ya no tienen para apuntarla y decir “ahí voy yo”; porque ya no pueden tener tampoco un pedazo de ella; “pobrecita, tanto sufrió”. Luego todos la vuelven hijo y empiezan los rumores de su resurrección. Después todos compran sus discos con un sentimiento entre Judas y Poncio Pilatos, pero sin árbol del que colgarse, ni agua y jabón, se asumen a sí mismos como versiones asépticas de estos personajes.

Quienes realmente la odiamos, borramos su música –por más que hayamos amado esta última-; borramos sus imágenes de nuestros discos duros; vamos a dejar que muera tranquila y en el olvido, porque si no aliviamos su dolor en vida, si solo la usamos para aliviarnos nosotros, no tenemos derecho a sacrificarla por nuestros pecados.

Todo porque yo la odio de verdad y no me disfrazo de oveja llorando la carne muerta, rogando que se resucite a sí misma para seguir fagocitando su espíritu santo.

Esto es para terminar de matar a AMY y no para llorar habiendo ayudado a matarla. Lágrimas de cocodrilo.

La mejor forma de guardar su música y su recuerdo es olvidarla por completo.

sábado, 2 de julio de 2011

Salir a correr sin ser atleta profesional
o "El Síndrome de la Rueda de Hamster".
(Clasificación de enfermedades mentales no descubiertas)

A.- Sociales
Salir a correr sin ser atleta profesional (III) 




A Patricia D...

Una de las características humanas que más me ha llamado la atención en mis años de práctica, es la capacidad que tiene la mente de recuperarse de muchos trastornos y del cansancio mental a través del ejercicio físico. El asunto, sin embargo, no se hizo patente hasta que me descubrí mirando a un grupo de pacientes que salía a correr todas las mañanas con una disciplina militar.

Puede que sea necesario aclarar en este punto que ninguno de ellos tenía desordenes asociados a la compulsión o a la obsesión, y quizás esa sea también la razón por la cual me quedara como hipnotizado por ellos.

Así las cosas, no  era extraño que los pacientes se ejercitaran, lo que sí era extraño era que una de los pacientes que atendía  a diario en el mismo centro, no solo se negara al ejercicio, sino que además lo cuestionara como método para ayudar a la mejoría para cualquier afección mental. Al menos el ejercicio como nosotros lo entendemos.

Su nombre era Ximena y nunca en su vida, según su propio discurso, había sufrido de stress o de cansancio mental. Ella, por lo demás, no era una profesional que estuviese expuesta a las presiones de la vida laboral, sino una mujer que se había dedicado su vida a ser dueña de casa, teniendo a su servicio empleadas para lo que fuese necesario. Pero no nos adentremos más en su vida privada, que no nos interesa tanto como el asunto que disparó mis investigaciones: su hamster

También es importante mencionar que ella sí creía que en realidad se ejercitaba, que todas las mañanas trataba concientemente de estar mejor por medio del ejercicio, no el que hiciera ella, sino el que hacía su hamster: Tomás.

Ella levantaba todos los días a Tomás a la misma hora que se levantaba, ponía un poco de comida en su jaula, lo veía llenarse el hocico y volver a su madriguera –un calcetín-, y mientras Tomás comía en su hogar, fuera de la vista de todos, Ximena desayunaba, luego se estiraba, se vestía y golpeaba la jaula del roedor. Tomás salía, se subía a su rueda y se ponía a correr. Ximena lo miraba abstraída, obserando las patitas del animal y contando las vueltas que daba.

“Yo había sabido desde siempre por qué corren los hamster, me dijo un día, o al menos lo supe desde el momento que ví uno. La mayoría de la gente cree que los esos ratoncitos corren porque no tienen nada mejor que hacer que correr en su rueda sin llegar a ninguna parte, que el instinto los llama a la rueda, y corren hasta que sienten que han cumplido con lo que tienen que hacer, aunque no hayan cumplido nada. Tomás suele correr una hora seguida ciertos días y otras corre cinco minutos y descansa, y luego vuelve a correr. Así sigue hasta que completa la hora. Todos los días completa la misma hora.”

“Él, me imagino, corre porque tiene que correr, porque los hamster corren en las jaulas todos los días en todas partes, pero ninguno sabe por qué corre y yo sí, por la misma razón que corre todo el mundo…”. No dijo nada más ni quise preguntar por el momento.

Días después, en una de mis rondas, por la mañana, vi que miraba correr a los pacientes alrededor de la cancha, y súbitamente me miró y dijo: “todos corren porque quieren salir”. Y así es en efecto.

En este ciclo de conferencias que querido mostrar la existencia de enfermedades y síndromes no descubiertos que se hace necesario investigar. En este caso el síndrome estaría provocado por cualquier tipo de encierro -físico o metafísico- y su síntoma más común, el hecho de correr, ni siquiera en forma compulsiva, sino simplemente correr, como si se entrenara para una maratón o si se quisiera tener mejor estado físico, sin llegar a ninguna parte.

La gente que sufre este mal suele inscribirse en todas las competencias que les parezcan atractivas (que suelen ser casi todas) y que calce con sus modus vivendi para no parecer una persona anormal. Este último punto es el más importante, ya que ayuda a la justificación del “Síndrome del la Rueda de Hamster”, provocando que el paciente solo asocie el correr al bienestar físico y la competencia a un acto social.

Hasta aquí todo debiese estar en orden. Todas las personas suelen producir espontáneamente endorfinas luego del ejercicio y esa es justificación suficiente para correr, no obstante no es razón suficiente para inscribirse en competencias. De hecho, si lo pensamos racionalmente, una persona que se inscribe en cualquier competencia, lo hace pensando que tiene alguna oportunidad de ganar, si no, no sería necesario todo el ritual que siempre se hace en esos casos –inscripción pagada, asignación de una identificación numérica, reglas de eliminación, etc.-, ni tampoco sería necesaria la existencia otro premio que no sea el mismo hecho de competir y convertirse en un primus inter pares, si no se encuentran en un nivel profesional. Incluso, de necesitar estar entre un grupo que reafirme socialmente, como institución, el hecho de ser un ganador, puede crearse una fundación o grupo, dividido en niveles, que mida constantemente el progreso de los miembros, permitiendo al ganador de un nivel ascender al siguiente en función de sus logros. Pero podemos reducir más toda esa problemática dejando que el corredor solo se vaya midiendo con personas que tengan un nivel mayor.

A pesar de lo anterior y según los resultados de mis investigaciones, creo que los corredores no aceptarían aquellos métodos que no formaran parte de una competición tradicional, como las conocemos hoy. Y voy más allá del hecho de medirse en una competencia real, ya que si tienen la disciplina suficiente –que al parecer, la tienen-, bastaría con que todos los que tuviesen la misma corrieran juntos para que fuera una experiencia “real”, válida, y no un entrenamiento o “ensayo”.

De ahí que, sabiendo que muchos de ellos no se entrenarán nunca lo suficiente para ganar una carrera, y/o que se inscriben constantemente en carreras teniendo la seguridad que les será imposible ganar, las preguntas que aparecieron en mi investigación son ¿Para qué se inscriben? y ¿Por qué corren? La respuesta pareciese ser para escapar ¿De qué? Nadie sabe, por eso no se ha descubierto esta enfermedad.

miércoles, 13 de abril de 2011

Escribir en las paredes, árboles, baños, etc.
(Clasificación de enfermedades mentales no descubiertas)

A.- Sociales
Escribir en las paredes, árboles, baños, etc.(II) 
Animita popular "Romualdito" en Chile
“El amor es eterno mientras dura”
“Aquí me la chupó Emilia”


Baño Público

Esta enfermedad está en todas las esquinas de nuestras ciudades y en muchos de los árboles y piedras de la naturaleza que ha tocado el hombre. Más bien dicho, esta enfermedad no-descubierta ha ido evolucionando desde que el hombre descubrió que podía dejar una marca propia en algunos lugares, una marca trascendente (en su sentido más terrenal, aunque suene raro).

Al principio ni siquiera debía tener muy claro lo que lograba: dejar una marca que durara más que su paso nómada por una cueva, mientras era cazador y recolector, que durara más incluso que las marcas biológicas de los animales. De hecho, esta misma marca no pretendía, al parecer, ser más que una muestra de que alguien, diferente al que la encuentra, estuvo ahí en un momento determinado antes que el observador. Esta tautología no es tan evidente cuando pensamos que quizás el otro, quien dejó ese signo –me atrevo a usar esa palabra-, nunca pensó necesariamente que alguien pudiera encontrarla alguna vez.

Con el tiempo, esa sensación de no estar seguros de la intención de esa marca desaparece al tiempo que aparece la escritura. Los vedas, los fenicios, los egipcios, los griegos, los latinos, sobre todo los latinos y sus graffitis nos dejaron claro que lo que pretendían era que sus escritos por lo menos duraran un poco más que su paso por algún lugar: las galeras, las prisiones, los baños públicos, los árboles y un largo et cetera.

“No entre aquí nadie sin saber geometría”; “Conócete a ti mismo”; “Tiberio vale callampa (Tiberius putridus quid fongus)”; “Quisquis amat. veniat. Veneri volo frangere costas / fustibus et lumbos debilitare deae./ Si potest illa mihi tenerum pertundere pectus/ quit ego non possim caput illae frangere fuste?” (Como sea el amor se va. Quiero quebrarle las costillas a Venus/ con un palo y romper el lomo* de la diosa/ Si ella puede perforar mi tierno pecho/ porque no puedo romper su cabeza con un palo?). Estos son algunos de los rayados que se han encontrado en diferentes excavaciones a lo largo de los siglos, mostrando que al hombre siempre le ha interesado la trascendencia de lo esencial.

La enfermedad no-descubierta que se relaciona con este comportamiento no tiene que ver necesariamente con la compulsión de rayar cualquier cosa –esa enfermedad sí existe-, sino más bien con una disfunción en la que influye directamente la presión social.

Imaginemos un joven en cualquier época, incluso imaginemos jóvenes felices en cualquier época, que se consideren a sí mismos felices, como en un estado constante de dar y recibir amor. Jóvenes totalmente extrovertidos. Incluso ellos tienen deseos y secretos que prefieren no contar a nadie, pero que les encantaría que el mundo supiera. Una dicotomía volitiva si se quiere, entre una parte que los impele al exhibicionismo y otra que los hace retrotraerse al anonimato, de hecho, supongo que la enfermedad sería probablemente impactaría mucho menos a la sociedad si se formaran grupos con lemas en forma de corazón que llevasen escrito dentro “___________ y __________ se aman”, generando dinámicas como las de rehabilitación de adicciones o superación del dolor o de enfermedades terminales.

Sin duda esta enfermedad no-decubierta podría causar  graves daños a diversos tipos de servicios que proporcionan los estados, considerando que puede llegar a ser tan contagiosa que los mismos rayadores pueden verse sobrepasados por la sensación (podría describirse primordialmente como angustia, pero no es un sentimiento tan concreto) de que, sea lo que sea que quieran expresar, no solo va a ser borrado para mantener el orden y la limpieza de las ciudades, sino que también corre el peligro de que, por una posible pandemia, sus escritos queden borrados en pocas semanas por los escritos de los demás, obligando al sujeto a marcar su propia permanencia una y otra vez o reprimir su deseo.

Animita de novia muerta
Quizás, la mejor solución del asunto sea crear santos populares que se comprometan tanto a cumplir las promesas que les piden, para que luego los “ayudados” dejen un rayado con su agradecimiento; como a desperdigar todos los secretos anónimos que las personas podrían dejar en un papelito doblado en su animita, para luego agradecer con una placa o un rayado el favor concedido.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Sindrome Cobain


Primero que todo, debo pedir disculpas a mis lectores asiduos y a los que pasan a ver las imágenes, se las roban y se van, porque he cortado la serie que correspondía y he pasado a otro tema, esto de ninguna manera significa que deje la serie de lado, sino más bien, profundiza en el conocimiento de la misma. Pero dejémosnos de rodeos y vamos al grano.

El título de la entrada no tiene nada que ver con el suicidio de Cobain -al menos no en primera instancia-, no es una enfermedad no descubierta, ni siquiera se sabe a ciencia cierta si es que en realidad era una enfermedad o una forma de vida que induce una y otra vez a circulos viciosos continuos.

Cierto, todos vivimos en constantes circulos viciosos, de una u otra manera: la rutina, el trabajo, las vacaciones, los días de la semana, los años, los demás; y cuando salimos de uno de estos círculos entramos en otros, más breves o más cortos, pero igual de centifugos.

Cobain vivió eso como un dolor de tripas. No es, evidentemente, que pusiera todas sus tripas en sus presentaciones o que en sus canciones se desangrara siempre, en sentido metafórico o metonímico si se quiere, sino que cantaba como un vómito del alma: Cobain literalmente vomitaba sus canciones -muchas de ellas se inspiraron en sus vómitos-, les dedicaba canciones a sus vómitos de sangre, a la sangre rodeada por mierda que quedaba flotando en el baño.

Normal. A casi todos les pasa alguna vez, eso de estar en el fondo del baño esperando desangrarse. No es ninguna maravilla, no se necesita ser una estrella del rock ni un retardado mental para sufrir una enfermedad del tracto digestivo, pero seguramenete la mayoría de nosotros hacemos canciones de eso.

Generalmente entendemos este hastío del grunge/garage de Seattle como la expresión de una juventud nihilista o existencialista: la importancia del vivir o no y para qué. En realidad, a lo que le cantaba Cobain era al dolor de panza, a las tripas literalmente destripadas, que todos lo vieran como otra cosa es problema de los demás.

En este punto es imposible no recurrir a Braveheart, pensando en cómo William Wallace es capaz de gritar FREEEEEEEDDDDDDOOOOOOOOOMMMM!!!! mientras el verdugo lo destripa. El despliegue de coraje hace que cualquiera con corazón suelte una lágrima, más todavía cuando desde la torre lo escucha la mujer que lo ama. No quiero pensar en el personaje histórico Wallace, prefiero pensar en Cobain y en su sindrome, que quizás también podría ser el sindrome Gibson, pero con una diferencia: Cobain sentía que se moría porque quizás tenía un caso agudo de cólon irritable que necesitaba algún tipo de paliativo, el problema es que el cólon solo necesita de algunos antinflamatorios que lo alivian parcialmente, el alivio total de esta enfermedad viene por la felicidad y la despreocupación. Por su parte, Gibson, solo pensaba en la representación dramática de la muerte de un héroe escocés que no alcanzó más que una vida pírrica en la realidad, pero que se transformó en una especie de animal mitológico medieval. Aunque los dos gritaban su destripamiento al mundo.

Así, la depresión de Cobain tenía un origen anatómico: calza perfecto con sus vómitos y diarreas, con su colon irritable y, luego, su adicción a la heroína como alivio de ese mal: "si ya parezco un Junkie, pensaba, por qué no serlo completo si me alivia". El circulo vicioso se va cerrando hasta convertirse en un punto negro que es fácil de sacar con cualquiera de esas banditas anti puntos negros. Todos los circulos viciosos se cierran, todos los puntos negros desaparecen -aunque la ley de Lavoisier diga lo contrario-, y toda la naturaleza continúa sin nosotros. El único problema que nos queda por solucionar es el problema metafísico, ese de cuando nos preguntamos cuándo vamos a cerrar este círculo -sea a lo que sea que esa pregunta se refiera- que nunca terminamos de cerrar.

El sindrome Cobain, entonces, se entiende como los circulos viciosos que llevan a suicidio que seguramente nos llevará a otro circulo vicioso.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Llorar en la Calle
(Clasificación de enfermedades mentales no descubiertas)

A.- Sociales

Llorar en la Calle (I)

El entorno donde he hecho estas observaciones suele ser el centro de la mayoría de las ciudades en las que he estado, porque el desconocimiento geográfico y social de ellas me dejó atrapado en ese espacio –imagino que en muchas habrá lugares especiales para desahogar las penas, lugares para llorones que yo no conocía-, dónde también tuve la posibilidad de ver toda la mierda de las ciudades las veinticuatro horas del día.

Ahí ví gente llorar, y cuando digo gente me refiero a toda clase de personas: ancianos, jóvenes, ateos, presuntos terroristas, homicidas, niños, abuelos, huérfanos de diferentes edades, etc. También las razones por las que lloraban eran diferentes: porque habían perdido un dulce, porque el amor de alguien los había dejado (en la mayoría de los casos de manera física), porque sus vidas no seguían el camino deseado o justamente por la razón opuesta. Además, todos ellos son quienes generan y ayudan a propagar la enfermedad, la entregan a otros para que la porten, y los brotes tienden a asemejarse al resfrío común, ya que se extiende mucho y muy rápido, principalmente por el morbo de la gente.

A partir de estas observaciones, he detectado que quien sufre esta enfermedad, a pesar de lo que se puede creer, es quien mira al llorón. Quien mira al llorón siente una especial simpatía, una simpatía particular sobre todo si el llorón es un desconocido, lo que se conjuga además con la empatía, que lleva a desviar la mirada, apretar los párpados con fuerza y seguir camino, como si nada, a pesar que en su cabeza quedan dando vueltas las razones que llevan a una persona a llorar en la calle, lejos de la intimidad y sin razón trágica-accidental aparente. Esta misma serie de razones, más la empatía, generan un estado de melancolía que lleva al no-descubierto-paciente a reflexionar acerca de los errores cometidos cuando niño; la decisión esa tarde de llegar a casa por el camino más largo y no por el más fácil; de olvidar a propósito como andar en bicicleta; entre otras, pero que venían de ninguna parte –el no-descubierto-paciente siempre contesta que no lo recuerda, que no sabe, que fue una idea que se anidó del a nada en su cabeza-; y otros, que son siempre invariables y no tienen mayor importancia en el presente, pero que pueden ser tan intensos que pueden eventualmente llevar a la muerte por licuefacción: el paciente cae en un estado de melancolía profundo que lo lleva a llorar por las calles sin razón aparente –lo que contagia la enfermedad-, hasta que se licuefacciona en el ultimo lugar que se lo vio llorar, que suele ser, por lo general en el medio de la calle. Esta es la causa de la muerte-desaparición del sujeto, porque, hasta donde tenemos conocimiento hoy, sería imposible identificar el líquido que se encuentra en un lugar con alguna de las personas desaparecidas.

No me es posible entregar más detalles de los que he entregado con respecto a  esta primera clasificación, así que en esta, como en las demás, aceptaré cometarios pero no preguntas.

jueves, 10 de marzo de 2011

Clasificación extensa de enfermedades mentales no descubiertas.

Hoy en día no se tienen estudios confiables acerca de todas las enfermedades que no han sido descubiertas y que eventualmente podrían poner en peligro la supervivencia de la especie humana, por lo que he dedicado mi vida completa a generar una serie de estudios que me permitan predecir las enfermedades que nos podemos encontrar en el futuro en todos los contextos posibles de existencia. Sin embargo, los resultados no los he podido traducir en enfermedades biológicas y solo he podido extenderme en el campo de mi especialidad: la psicología

La Metodología ha sido poco Ortodoxa, simplemente he tomado algunos comportamientos de mi realidad más adyacente y he tratado de explicarlos por medio de la posibilidad que impliquen una enfermedad mental en el futuro, es decir, he imaginado los problemas que podrían desarrollar las personas de acuerdo a estos comportamientos. Con todo, no he podido llegar a resultados concluyentes respecto de las enfermedades futuras. Es por eso que lo que presentaré como enfermedades no descubiertas los comportamientos que les dan origen.

Así el listado se divide de la siguiente manera:

A.- Sociales

-    Llorar en la calle (I)
-    Escribir en las paredes, árboles, baños, etc. (II)
-    Salir a correr sin ser atleta profesional (III)
-    Discutir con todo el mundo (IV)
-    Esconderse en el baño ante cualquier problema (V)

B.- Individuales

-    No soñar constantemente (VI)
-    Poner atención a los pájaros cuando cantan (VII)
-    Desear fin satisfacer el deseo por imposibilidad (VIII)
-    Hablar solo sin ponerse atención a sí mismo (IX)
-    Masturbarse en secreto (X)

Los comportamientos antes descritos no solo pueden llevar, en su gran mayoría, a problemas de personalidad, sino también a raquitismo, enfermedades al corazón (taquicardia y bradicardia crónicas) y, eventualmente, escorbuto. Lo más probable es que estas enfermedades sean somatizaciones del mal funcionamiento mental y que tengan que ver siempre con la falta o sobredosis de algún elemento (sic).

Para el caso no es preciso que las descripciones sean exhaustivas sino en la medida que sea necesaria para apuntalar el comportamiento y a la posible enfermedad que puede indicar. Así la información queda a disposición de ustedes, para que también, si les interesa, puedan trabajar sobre ella.

Continuaremos en la próxima sesión.

martes, 22 de febrero de 2011

Remake de “La vida de los Peces”
(Teoría acerca de los pingüinos y los peces )




Siempre me ha causado gracia eso de que los peces se ahoguen en tierra, digo, tratar de respirar oxígeno del aire, no del agua, y como no tienen extremidades útiles en tierra, se retuercen como todos nos retorceríamos bajo el agua. Era un buen negativo. También me llama la atención eso de que salten en la tierra, como si le pudieran dar dirección al movimiento y salvarse.

Los pingüinos me gustan por eso, porque aunque no son buenos moviéndose en la tierra por lo menos pueden darle dirección. También pueden volar bajo el agua, haciendo mejores piruetas que las de las aves de caza. Pero a ellos también se los comen… las Orcas.

Así, algunos podemos ser peces, nadar por donde nos plazca o por donde vaya un cardumen definido, dependiendo de la especie a la que pertenezcamos. Seguramente la mayoría de nosotros podemos ser gregarios y trataremos de protegernos con, nunca de proteger  al cardumen –aunque la única protección de los cardúmenes es la masa, el colectivo en sí mismo-. Podemos guiar y dejarnos guiar al mismo tiempo por todos los individuos, casi como si cada uno de los peces que forman en conjunto un solo ser vivo compuesto de neuronas en movimiento: las mismas neuronas son el cuerpo. Todos siguiendo a todos en un acuerdo. Como un ballet, pero con casi nada de Ballet. Al poco o mucho andar, los atrapan en una red y ni siquiera pueden retorcerse porque han sido aplastados por el peso de las otras partes de su cuerpo, y a los que se quedaron encima se les acabo la fiesta retorciéndose y pudiéndose en conjunto.

Los pingüinos son un poco más inteligentes. Son aves y no vuelan, nadan casi tan bien como los peces, pero no pueden respirar bajo el mar: son casi todo. Son animales únicos en lo que respecta a su parecido con otros –no parecen pájaros realmente, me son más cercanos a un niño aprendiendo a caminar con un smoking apretado-. Los pingüinos en tierra viven en comunidad, pero pueden perderse, eventualmente, algunos solitarios. Sin embargo, tienden a vivir en comunidad, porque es su forma de sobrevivir como especie. Pero tienen depredadores con bocas relativamente pequeñas para el tamaño de muchos pingüinos, lo que provoca que la muerte de muchos sea innecesariamente dolorosa. Digo innecesariamente, porque si sus depredadores tuvieran bocas más grandes, podrían destrozarlos de una vez, o partirlos por la mitad; pero no como lo hacen, lanzándolos contra las rocas o con fuerza hacia el aire para que crezcan las heridas y se despedacen en vuelo.

A pesar de todo, no sé si me gustaría vivir en un acuario, sigo prefiriendo el mar.

miércoles, 26 de enero de 2011

La alegría de escribir (¿?)

Este post va sin video, sin foto, sin dibujo, sin nada que pueda distraerme de lo que quiero decir, que es una mezcla de rabia y pena, y no lo voy a adornar con ningún tipo de palabras, más que las necesarias. Este de aquí soy cuando me siento a escribir.

Hace tiempo, hace mucho tiempo, desde que empecé a darme cuenta lo que era realmente escribir quise alejarme de la cursilería, de la palabra fácil que es tan fácil confundir con algo vacío, repetitivo, y traté de hacerlo bien, hacerlo como quienes admiraba, que son tantos. Sin embargo, nunca admiré solo lo qué decían o como lo decían, sino que admiraba algo que me es difícil de explicar, pero que se puede resumir en la transmisión de un sentimiento, de una realiad completa sin otro intermediario que un signo completo: el relato, cosa insustituible en cada una de sus palabras o dibujos por otra cosa, como si la precisión de cada una de las palabras fuera el uso de un florinete que solo sirve cuando penetra un punto preciso del cuerpo. Añoro ese todo, ese alcanzar a decir lo que hay que decir, lo que hay necesidad de decir.

Todos nosotros podemos llegar a ser escritores, buenos escritores en general. Escribir es una técnica y se puede aprender como se puede aprender guitarra o a dibujar, con más o menos talento, y se contarán historias entretenidas, que nos hagan volar en la fantasía, que nos hagan desternillarnos de la risa o cualquier otra cosa. Sin embargo, fuegos de artificio como esos se pueden comprar en alguna tienda, mentir a nuestros lectores y decirles que los hemos fabricado, que los hemos creado nosotros, y quizás eso haga la escritura de un relato, la escritura de una novela entretenida y haga decir estupideces como las que tantas veces he leído en las entrevistas de los que ganan premios en concursos literarios (impostando casi siempre frases profundas). Sí, puede que esto lo diga un poco porque nunca he ganado un concurso, y quizás las cosas que diga cuando lo haga -si es que ocurrre- suenen igual de impostadas o lisa y llanamete como estupideces, pero nunca podría decir que el tratar de dar una estocada con un florinete como ese es una alegría; tampoco es un parto, es creo, una necesidad de comunicar algo que va más allá, que no se puede decir sino que solo se puede intuir.

Entonces entiendo por primera vez que a veces alejarse de la cursilería, alejarse de la historia, centrarse entratar de decir lo que se quiere intuir es alejarse un poco también del mundo, alejarse de lo que uno quiere tocar aunque se le escape, aunque la realidad te lo escamotee. Es como si uno se tratara de alejar de lo que todos quieren, de lo que todos piden, es alejarse de todos, y nunca he querido eso, solo comunicar lo incomunicable y eso solo produce frustración.

También es cierto que mientras salen estas palabras del teclado uno se siente bien, como si estuviera alivianándose de un peso tremendo, como cuando San Cristóbal bajó a Jesús de sus hombros, como si el simple hecho de construir una frase sencilla fuese una tarea titánica -al parecer soy un minusválido de la palabra que hasta las frases más sencillas me cuestan-, aunque las podemos decir todos los días. Quizás ese alivio momentáneo puede provocar una alegría, pero lo demás, aunque escribamos humor, es el hecho de no querer escribir un significante vacío.

viernes, 7 de enero de 2011

Discusión de dos personas normales o el valor de las alcantarillas

 Hace unos días estaba tomándome un café con leche en una terraza, tratando de ingeniarme una idea para sacar plata de alguna parte, cuando ví que una bolsa volaba a causa de algún remolino que la llevó directo a la alcantarilla y a percatarme la fuente del mal olor que estaba sintiendo hace un rato, entonces, ya decidido a pararme y, por lo menos cambiarme de mesa, ví a un hombre que se detuvo un par de metros lejos mío, de frente a un hoyo en el suelo que comunicaba directamente con la mierda y otro tipo de desperdicios, y que empezaba lentamente a lanzar monedas. Ahí, en tiempo y lugar, me pare en seco, estupefacto porque un idiota al que le sobraba un par de céntimos, lo tiraba por un hueco negro del que salía olor a mierda, luego por cinco céntimos. Por ahí se fue una moneda de € o quizás ví mal y llegó a ser una de dos, y cuando iba a preguntar algo así como que si no creía que hubiese algo mejor que venerar a la mierda que flotaba en el fondo del pozo o si pensaba hacer un estudio al respecto, se acercó un transeúnte que luego de un par de segundos mirándolo le grito:

¡IDIOTA!

Y el hombre se dio vuelta como si hubiesen pronunciado su nombre, ni más ni menos, y volvió a tirar las monedas con la misma paciencia que lo había hecho hasta ahora; entonces el otro se acercó y empezó a pegarle en las manos.

¡ACASO NO PIENSA QUE HAY NIÑOS CON HAMBRE O VAGOS A LOS QUE LES PUEDE DAR ESAS MONEDAS!

El hombre se puso de pie, y lo pude ver gracias a la iluminación del un cartel de colores lila, así que adivino que su camisa era de un tono claro, algo cercano al blanco, que estaba escondida bajo una chaqueta de cuero café, unos jean y un par de zapatillas, algo clásico pero que combinaban muy bien con el pantalón, del que literalmente colgaban dos bolsillos llenos de monedas –no podía ser nada más-, en los que guardó las que le quedaban en la mano. El transeúnte lo empujó y el hombre empezó a forcejear, hasta que, en medio de los tirones que el uno le daba al otro, se cayeron algunas monedas a lo largo de la calle y el hombre las pateaba hacia la alcantarilla, mientras murmuraba cosas como “acaso no es mi plata”, “acaso no puedo hacer con ella lo que se me dé la gana”, y le grita al transeúnte que ese es su hobby. Hay gente que gasta su plata en putas, le dice, en cruces, en demerol, en porno, en greenpeace y en las asociaciones cuidadanas que permiten la acción de conjunto y a ellos los mira, les desea lo mejor y/o lo peor, que se mueran o que vivan por siempre, pero a ninguno les dice que esa no es forma de gastar su plata, porque usted también gasta su plata de esa misma manera o… y hasta ahí recuerdo a grandes rasgos lo que hablaba el hombre, porque solo me centraba en la forma que empezaba a tomar la cara del transeúnte: los ojos se caían lento, y cuando estaban a la altura de la punta de la nariz ya no había nariz, sino algo que también caía desde la pera, como saliva colgando, y luego siento como los €s y los céntimos dan contra mi espalda y nuca.

No recuerdo casi nada de lo que pasó después, que no debe haber sido mucho, solo que estaba bajo la mesa en la que tomaba café, en cuatro patas, recogiendo un par de €s que estaban a la vista para pagar el café y mientras ambos corrían el uno tras el otro, yo entré a pagar mi café al bar , y en lo que demoró el cajero en contar el cambio y entregármelo, hice un par de comentarios de la pelea que hubo afuera, recibí el cambio y no he vuelto ni creo que vuelva a ese bar.