viernes, 18 de junio de 2010

Mundial 2010 y Puños: Esa cosa que concientemente no he querido llamar poesía.

Hace años me prometí que el fútbol no me gustaba más, porque había cosas mejores que ver como perdían constantemente los 11 que me gustaban contra otros 11, cualesquiera. Y es que no me gusta la vida fácil. Es fácil ser hincha de un equipo popular, es fácil celebrar siendo ganador, pero es difícil seguir siendo hincha cuando tu equipo ni siquiera ha salido campeón de segunda… o ese es el máximo título que tienen. Esos hinchas son los que admiro, son los que a punta de paciencia e ilusión se enamoran de un equipo que nunca les dará la satisfacción de ganar una copa de campeonato siquiera. Y lo siguen y lloran con ellos una y mil veces, sufriendo cada partido como si fuera una final, porque sueñan con ser campeones, o por lo menos con que este año si van a superar el record de partidos ganados al hilo y tendrán esas pequeñas hazañas que contar a sus hijos.

Ellos son también los que hacen propias las victorias ajenas, pero cercanas. Por ejemplo, cuando Colo-colo en Chile ganó la Copa Libertadores, no era el equipo el que la estaba ganando, era un país completo, y es que hasta los hinchas de sus archienemigos, la Universidad de Chile, celebraron esa noche como si hubiésemos ganado la copa del mundo. Por otro lado, como Sudamericano, la mayoría de nosotros, creo, hincharíamos por Brasil, Argentina o Uruguay en la final de un Mundial cualquiera–como dolió la última final del mundo sin un equipo latinoamericano peleando por el título-.

A pesar de esto, no es que la gente se conforme con poco viendo ganar a otros, es simplemente que la gente quiere sus pequeñas cosas, su pequeños logros, felicidades mínimas. Ellos saben que sus jugadores, en la oncena que nunca gana un campeonato, que siempre esta en la medianía de la tabla de posiciones, juegan porque son fieles a la hinchada, y por mucho que les paguen –o no les paguen-, dejan las piernas y todo lo que tienen en la cancha, y se ponen orgullosos también hinchas y jugadores cuando uno de su cantera se va a un equipo grande y gana la Libertadores o la Champions, y aunque sueñen con que algún día llegue siquiera a la final del mundial, saben que nunca estará ahí porque hay otros 10 que por más que acompañen y se jueguen la vida en un partido, en un mundial hay veces que no se puede. Y es justamente por eso que todos gritan y saltan cuando uno de los suyos, que salió de su cantera, corre por el pasto de otra cancha, bien lejos, para levantar la copa con sus otros compañeros.

Por eso me da pena este mundial, porque lo que veía acercarse en mundiales anteriores es hoy una realidad: ese arte que hay tras los deportes se nos va de la cancha, salió del estadio y se pierde entre los pocos fanáticos que ven jugar un partido no solo con la ilusión de ganar, sino de ganar con las cosas bien hechas. Chile en el primer partido de este mundial jugó así y ganó. España jugó mejor y perdió, ante una Suiza que tuvo un golpe -literalmente hablando- de suerte. Grecia: malos pero con puro corazón y un poquito de fútbol ganaron. El arquero de Nigeria, una maravilla. Quizás algo del brillo que debería tener Argentina apareció en el último partido, un reflejo quizás.

Así, el Fútbol se está transformando en algo que no se juega por la emoción, y menos por las selecciones, se ha transformado en metas a corto plazo, con individualidades descollantes, pero sin un respaldo en el equipo. Quizás está pasando como con el box. Cuando en los ’60 y el los ’70 veíamos las peleas de Mohammed Ali, de George Foreman o Joe Frazier, mirábamos como ellos se movían en el ring, como usaban estrategia y competían, porque la forma de ganar no era solamente tirando al otro a la lona y esperando que pasaran 10 segundos, en eso no hay cabeza, en eso no hay necesariamente trabajo ni esfuerzo, eso es pura brutalidad, y si ven los movimientos de estos boxeadores se dan cuenta que hay gracia, agilidad, fuerza, astucia y claro –lo que asusta y duele- golpes, y sin embargo parece un dolor que vale la pena sobrellevar, porque hay veces que vemos un pequeño ballet ahí y eso nos saca una sonrisa, sobre todo cuando sabemos que esa gracia viene de unos pesos pesados.



Pueden criticar mi punto, pero no hay que sacarlo del contexto: es una competición, no una riña callejera, no un asalto, el objetivo no es matar al otro y no necesariamente noquearlo. Y el arte de ese deporte no está en una cara deforme, no está en el dolor del otro, no está en esa brutalidad del box de hoy en el que hay que matar al otro, si no la pelea es aburrida; está en esos movimientos, en el acercamiento, en que una persona, sin ningún agregado más que el cuerpo, puede hacer contorciones gráciles, simétricas, coreográficas, sin pretender hacerlo, solo porque su cuerpo se lo manda. Esa cosa –que concientemente no he querido llamar poesía porque no necesita de sustantivos prestados- hoy no está, o es muy difícil de encontrar.

El hincha hoy sale del estadio con la emoción del partido ganado, perdido o empatado, la emoción fácil, que dura los 90… y tantos minutos, y que deja con ese gusto a poco, con esas ganas de ver los movimientos y piruetas de los jugadores, y no que nos dejen pensando que la pelota es un cubo y que solo hay que pegarle con mucha fuerza para que entre al arco y se convierta en emoción. Mal que mal, muchos se pueden acordar de una victoria o de una derrota, pero la primera es más rica con mucho arte y la segunda es más dolorosa también. O es que nadie se acuerda de Maradona a Inglaterra en México 86…un verdadero tango de Piazzola...




…O de aquella noche memorable del 11 de febrero de 1998, cuando Salas derrota al arquero de Inglaterra en Wembley, con un gol que es tan bueno como un cuadro de “El Greco”…?


Si quieren ver lo que significó este gol y otros ángulos ver otro video aquí


La fotografía "Final del Mundial de 1994" pertenece a Daniel García y muestra a los arqueros Taffarel (Brasil) y a Gianluca Pagliuca (Italia) que se cruzan en la definición por penales.