Los árboles suenan cuando caen; una ambulancia con las balizas encendidas significa que va hacia alguien que puede morir o lleva a alguien en peligro. Y si solo escuchamos el sonido del árbol, sin árbol, sin saber siquiera que se trata de un árbol cayendo, simplemente el sonido. Entonces aparece una cáscara vacía, un huevo sin yema nadando en él, un hombre con la mente en blanco, una momia. Esa es la mejor forma de describir cualquier cosa.
Así todos los días nos levantamos como si hubiese algo a lo largo del día, como si supiésemos que ese día veremos el sol ponerse y respiraremos, hasta que dejemos de hacerlo, sin pensar que dejaremos de ver formas y escuchar sonidos, como si ese porvenir fuese un eterno futuro en el cual siempre estaremos incluidos. Y es que cuando no estemos desaparecerá lo que somos, lo que tuvimos, no quedará absolutamente nada o quedará eternamente todo, pero el peso de nuestra propia forma, su masa metafísica, si es que puede llamarse así, habrá pasado, se encontrará totalmente desequilibrada, nuestra vida no será más que la repetición de un momento vacío, de un árbol que sonó en el bosque sin que nadie estuviese ahí para escucharlo. La enunciación de la creación del mundo por parte de un demiurgo.
La paciencia, así, solo existe para llegar a un momento que hemos perdido para siempre y que anhelamos de regreso o esperamos que se pierda en los pasajes de nuestra inconciencia. Porque, al fin y al cabo, siempre tendemos a desaparecer y que de nosotros solo queden huellas de formas que nunca se corresponderán con nada de lo que realmente somos o queremos.
Todas nuestras voliciones se vuelven hacia nosotros como un deseo incumplido y que desea cumplirse, y cuando es cumplido o se lo desea nuevamente hasta el infinito o ya pasó y dejó de ser necesario.
Ahí estamos todos, repitiéndonos a nosotros mismos como si existiéramos en un tiempo diferente al nuestro. Pero no se pueden vivir las cosas de otra manera, somos siempre un ser dislocado en el tiempo –descontrucciones temporales si quisiéramos decirlo postmodernamente-, añorando todo aquello que pasó y que vendrá.
Nosotros queremos viajar en el tiempo, queremos estar presentes en todo el universo, queremos escuchar y ver todo lo que nos rodea. Reconstruir el pasado y prever el futuro, manejar el presente y dejar que las formas permanezcan siempre. Nosotros nunca estamos en ninguna parte, porque ahí y cuando debemos estar, preferimos no estar.
Por lo tanto somos el sonido del árbol, sin árbol o el árbol cayendo sin sonido; somos una ambulancia corriendo sin sonido; somos un símbolo vacío con una raya en el centro.
Al menos somos algo: un caos organizado en torno al olvido de nosotros mismos.
Así todos los días nos levantamos como si hubiese algo a lo largo del día, como si supiésemos que ese día veremos el sol ponerse y respiraremos, hasta que dejemos de hacerlo, sin pensar que dejaremos de ver formas y escuchar sonidos, como si ese porvenir fuese un eterno futuro en el cual siempre estaremos incluidos. Y es que cuando no estemos desaparecerá lo que somos, lo que tuvimos, no quedará absolutamente nada o quedará eternamente todo, pero el peso de nuestra propia forma, su masa metafísica, si es que puede llamarse así, habrá pasado, se encontrará totalmente desequilibrada, nuestra vida no será más que la repetición de un momento vacío, de un árbol que sonó en el bosque sin que nadie estuviese ahí para escucharlo. La enunciación de la creación del mundo por parte de un demiurgo.
La paciencia, así, solo existe para llegar a un momento que hemos perdido para siempre y que anhelamos de regreso o esperamos que se pierda en los pasajes de nuestra inconciencia. Porque, al fin y al cabo, siempre tendemos a desaparecer y que de nosotros solo queden huellas de formas que nunca se corresponderán con nada de lo que realmente somos o queremos.
Todas nuestras voliciones se vuelven hacia nosotros como un deseo incumplido y que desea cumplirse, y cuando es cumplido o se lo desea nuevamente hasta el infinito o ya pasó y dejó de ser necesario.
Ahí estamos todos, repitiéndonos a nosotros mismos como si existiéramos en un tiempo diferente al nuestro. Pero no se pueden vivir las cosas de otra manera, somos siempre un ser dislocado en el tiempo –descontrucciones temporales si quisiéramos decirlo postmodernamente-, añorando todo aquello que pasó y que vendrá.
Nosotros queremos viajar en el tiempo, queremos estar presentes en todo el universo, queremos escuchar y ver todo lo que nos rodea. Reconstruir el pasado y prever el futuro, manejar el presente y dejar que las formas permanezcan siempre. Nosotros nunca estamos en ninguna parte, porque ahí y cuando debemos estar, preferimos no estar.
Por lo tanto somos el sonido del árbol, sin árbol o el árbol cayendo sin sonido; somos una ambulancia corriendo sin sonido; somos un símbolo vacío con una raya en el centro.
Al menos somos algo: un caos organizado en torno al olvido de nosotros mismos.